Albures del destino, las corrientes de la vida tiempo ha, me condujeron hasta este pequeño país, uno de los más ínfimos en dimensión de todo el continente africano. Las islas de Santo Tomé y Príncipe varan docemente en las aguas del Golfo de Guinea, y digo doce o dulcemente porque a diferencia de otros destinos del continente, éste es un lugar seguro y calmo habitado por gentes amables y hospitalarias.
Ese carácter de sonrisa permanente tan propio de los santomenses cobra una dimensión extraordinaria al conocer su terrible pasado reciente. El país fue colonizado por la corona portuguesa a finales del siglo XV y aunque oficialmente la esclavitud fue abolida en 1876, el régimen opresivo persistió hasta 1975. La isla fue parada habitual en el traslado de esclavos desde África a Brasil, de ahí a que el origen angoleño, mozambiqueño o caboverdiano, sea un común denominador entre sus habitantes.
Por fortuna, los santomenses han sabido reconstruir su alegría con el incentivo ecuatorial de un clima generoso y una vegetación hermosa y endiabladamente exuberante. Muchas de las antiguas fincas de los colonos, las roças, han sido reconvertidas en hermosas estancias y paradores turísticos rodeados de enormes plantaciones de cacao y café. Cabe reseñar la Roça de S. Joao dos Angolares, con un excelente restaurante de agraciadas vistas en un entorno sin rival.
Las frutas exóticas y sabrosísimas llenan los aromas de un mercado donde el pescado fresco y los mariscos co-protagonizan el elenco diario y la oferta gastronómica de las islas. Ocho de cada diez árboles isleños, dan frutos. Cabe imaginar la suculenta variedad de dulces manjares que van desde el mango al fruta pão, que hervido o frito suele acompañar pescados. El pulpo, los caracoles de mar y las santolas (centollos) forman parte de la dieta diaria, que unidas a salsas picantonas a base de piri-piri, garantizan suculentos placeres culinarios.
Pequeños y humildes restaurantes configuran la oferta gastronómica local, que sin pretensiones, ofrecen sencillas y deliciosas elaboraciones dónde la excelente y fresquísima materia prima configura el epicentro de la propuesta santomense. Los restaurantes están comúnmente conducidos por entrañables mammas locales, como la señora Dominga de la Casa das Santolas o la entusiasta Doña Hortensia de Dois Pinheiros. También podemos encontrar propuestas más sofisticadas como el excelente Miónga que adereza grandes vistas costeras con elaboraciones sofisticadas.
Los paisajes santomenses merecen una mención especial por la generosidad vegetativa que atesoran. La costa está configurada por playas paradisíacas y desiertas, desde las cuales nacen verdes laderas que se transforman en bosques exóticos que culminan en el portentoso pico de San Tomé (2015 metros), rodeado de una flora hipnótica y una bruma persistente que le otorga un aire misterioso y quimérico. Todo ello encerrado en un pequeño cofre de 854 km² donde tortugas gigantes acuden cada año a desovar.
Santo Tomé y Príncipe es un país humilde, alejado de los circuitos turísticos tradicionales. Un país virgen gobernado por su sustanciosa naturaleza donde el pausado ritmo leve-leve es el emblema nacional. Es un destino detenido en el tiempo, perfecto para amantes de la naturaleza, la aventura y la exploración; un jardín mágico en la tierra imposible de olvidar.
Fotografías de Alva Sueiras