Souvenir | Alva Sueiras

Los viajes elegidos son una fuente de placer cuyo nacimiento reside en la propia concepción de la ventura. Hay tanto por conocer que decidir un destino puede llegar a convertirse en todo un desafío. En mi caso, debo reconocer que tengo cierta aprensión a lo excesivamente turistizado, lo cual no significa que huya del confort o las comodidades. La socialización del turismo ha permitido que disfrutar de nuevos paisajes sea una actividad común y relativamente accesible. En la contra, ha convertido ciertos destinos en pequeños parques temáticos que han perdido su esencia primigenia y consecuentemente, el encanto inicial que despertaba el interés del viajero.

Viajar y viajar, ¿quién no dedicaría una porción golosa del año a ello? Los viajes nos moldean, nos transforman, nos mejoran, o al menos, tienen esa capacidad si los afrontamos con apertura y la intencionalidad de entender y aprender. Nos enseñan que hay vida más allá de nuestras lindes geográficas y que en ellas, habitan seres que tienen miradas y costumbres diferentes a las propias. Si bien es complejo dejar el criterio de autorreferencia en casa, viajar nos permite ampliar los márgenes de nuestros afluentes intelectuales.

Cada viaje nos deja aprendizajes del otro y de nosotros mismos, un sinfín de instantáneas y con el tiempo, la añoranza que provocan los paraísos lejanos. Pequeñas reliquias emocionales grabadas a fuego en el recuerdo. De los viajes traemos energías renovadas y en ocasiones, el horizonte de emprender nuevos proyectos. Es casi inevitable sucumbir a la compra de algo exótico, característico o diferente. Algo que merodee en la casa y nos recuerde la dicha de nuestros episodios a lo largo y ancho del mapamundi.

En estos términos, también reconozco una segunda aprensión: el rechazo sistemático al souvenir de serie, tipo sombrero mejicano, flamenca a lunares para la repisa o cualquier suerte de objeto (camiseta, taza, imán o sucedáneo) que muestre el nombre del destino y el consabido dibujito asociado en colores chillones y diseños dudosos. Mis respetos a los amantes y coleccionistas de souvenirs de serie. Definitivamente, no son para mí, al menos de momento (en esto de los gustos y su evolución con el tiempo, una nunca sabe).

Algo a lo que no me puedo resistir es a las especias, aún conservo piri-piri de Santo Tomé y un combinado magistral para la moussaka griega. Ni qué hablar del factor literario en general y de los libros de cocina en particular. Siempre regreso de los viajes con varios tomos preciosos y el afán de introducir esas recetas exóticas a mis prácticas gastronómicas diarias. Luego viene la vida con sus ritmos irrefutables recordándome que ya no existe esa diaria y con relativa frecuencia corro al auxilio de requeches o el consabido delivery, vaya por dios.

Conservo una maravillosa mola kuna panameña, un tejido artesanal que superpone telas sobre las que se han recortado formas que cuidadosamente rematadas, conforman un diseño indígena portentosamente hipnótico. Sobre la pared de casa cuelga un póster portugués al que guardo un cariño muy especial con una grácil representación del fado diseñada por un ilustrador lisboeta. Fantásticos recuerdos de esos viajes que atesorados en la memoria, habitan en nuestras casas recordándonos pasajes de nuestras andanzas.

Recientemente planté unas semillas de malva real y jacarandá traídas de los Reales Alcázares de Sevilla, que en su original tienda de regalos ofrece productos diferentes, diseñados con gusto y alma. En el caso de las semillas, bajo un proyecto de nombre Nomad Garden, se «celebra el patrimonio natural y cultural de los Jardines históricos del Alcázar de Sevilla, así como el proceso que los generó: el intercambio de especies en el tiempo a través de los viajeros» . Con estas semillas, el Alcázar invita a «desde Sevilla, participar en el viaje de las plantas a través del planeta». Este tipo de souvenir nos permite dar continuidad y vida al viaje que un día emprendimos.

Amamos viajar y atesoramos los recuerdos de nuestros viajes con especial ternura. Hay souvenirs y souvenirs. Yo me quedo con aquellos que representan a la comunidad local porque están diseñados, confeccionados, cultivados o elaborados por artistas, artesanos y trabajadores de la comunidad, con el mimo inherente del que ama lo que hace. Me quedo con esos productos autóctonos que forman parte de la identidad de los pueblos en detrimento de los consabidos souvenirs de serie que, por lo general, ni están elaborados con productos y materiales locales, ni están confeccionados por las manos propias del lugar.

 

En la fotografía se muestra una bola de nieve del Palacio Salvo de Montevideo hecha a escala por el colectivo artístico Ghierra Intendente, una pieza que nos encanta.