Cita a ciegas | Alva Sueiras

Hace algunos meses, en conocimiento de mi afán exploratorio en aquello del buen comer, recibí una invitación enigmática. Iríamos a cenar. El dónde era la incógnita de una ecuación gastronómica que jamás había explorado hasta la fecha y que acabó siendo, una de las experiencias más impactantes a las que me he enfrentado a la hora de sentarme a la mesa.

Al llegar a La Commedia, hasta la que fui dirigida sin conocer el destino final, se deshizo el nudo de la expectativa generada. No era mi primera vez en el lugar. La perspectiva cambió cuando fuimos direccionados en silencio hacia una sala anexa que, para mi sorpresa, estaba a oscuras, con la salvedad de unas pequeñas velas orientativas cuyas llamas se extinguirían antes de dar comienzo a la velada.

Previo a la ausencia de las débiles referencias lumínicas, recibimos las instrucciones pertinentes. Debíamos apagar nuestros celulares para evitar toda posibilidad de interrumpir la opacidad y por ende, la magia de la experienca. Para salir de la sala, en caso de necesidad, debíamos seguir un raíl que, a modo de guía, atravesaba el suelo del pasillo central. Se apagaron las velas y todo se tiñó de negro.

Por única y primera vez, tuve que enfrentarme a la oscuridad total, que no sabía desconocía, hasta que perdí toda referencia. Tras mis retinas, la nada. Un abismo incierto gobernado por la negrura más fulminante. Quedé ciega, todos lo quedamos. Privados de la vista, nos embarcamos en el ensayo de agudizar los cuatro sentidos restantes, con la torpeza primeriza del que ha perdido su capacidad de referencia más básica.

Nos atendió una voz dulce y agradable que fue llenando nuestras copas y sirviendo nuestros platos. Si bien el platillo principal estaba sujeto a elección previa, entradas y postre eran sorpresa de la casa. Perdida la vista, era sumamente difícil afinar el gusto hasta adivinar qué estábamos comiendo. Para mi sorpresa, era mucho más factible de lo que uno sospecharía, confundir pollo con pescado o ingredientes dulces con salados. Ahí acabó de convencerme la teoría de que, en una cata a ciegas, es frecuente confundir entre vinos tintos y blancos.

Tanto el primer plato como el dulce final, eran servidos sin cubiertos, lo cual dejaba al tacto, un papel esencial. Nuestras manos, torpes en la oscuridad, gateaban entre la loza hasta encontrar los alimentos, confundiendo las formas que ya no eran tan obvias. Enfrentarnos al plato principal con cubiertos, acentuaba nuestra falta de agudeza, al desconocer la apariencia y texturas contenidas en su interior. Ante mi extremada impericia, acabé comiendo cordero con las manos, consolando mi desatino a base de referencias mentales a las culturas india y marroquí.

Concluida la cena, fuimos saliendo tibiamente de nuestro estupor visual cuando las luces, gradualmente, nos fueron devolviendo los contornos. La voz dulce y agradable que nos atendió, tomó formas de mujer y al acercarse a saludarnos, quedé estupefacta al comprobar su ceguera. Todas las mesas estaban atendidas por personas invidentes, que sirvieron nuestros platos y llenaron nuestras copas sin derramar una sola gota ni verter un solo ingrediente, guiándose únicamente por el raíl orientativo que atravesaba el suelo del pasillo. Al salir de la sala, nos mostraron los platos que habíamos degustado y sorprendentemente, nos resultaron ajenos, desprendidos de la experiencia sensorial que acabábamos de experimentar.

La Cena de los Sentidos es una propuesta gastronómica inusual y sorprendente, un experimento de un grupo emprendedor de invidentes, que nos invita a sentir el mundo desde su realidad diaria. Una lección magistral, para ponerse en el lugar del otro por un breve espacio de tiempo, que por su capacidad de impacto, no nos dejará indiferentes.

Probablemente en mi caso, al desconocer mi destino inmediato, el impacto adquirió una magnitud mayor. En cualquier caso recomiendo, salvo que a la contra-parte le vayan los deportes de riesgo y aventura, consensuar la participación en la experiencia con antelación. El abismo que asoma a la privación de la vista, puede generar cierto desasosiego si se carece de un tiempo prudencial para abrirse a una aventura sensorial de tal calado.

 

La Cena de los Sentidos
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