Av. 18 de Julio: ni la borra del café | El gourmet enmascarado

Esta es la primera colaboración del Gourmet Enmascarado. Sobre los contenidos de sus opiniones, los responsables de Delicatessen no se hacen responsables. Pretendíamos que visitara lugares concretos, pero como es un tanto rebelde, este primer aporte nada tiene que ver con lo que se le encargó.

Me cité con un amigo en, seguramente, la esquina más conocida de Montevideo, 18 de julio y Ejido. «La principal avenida» como la denominan los periodistas, pretende ser la Corrientes porteña, y no me animo a compararla con otra gran avenida de cualquier otra capital mundial. Sin embargo, 18 de julio está a años luz de ser una gran avenida. Comercios cerrados, por tramos escasa iluminación, entre otros problemas graves de identidad. Pero, en esta sección que se me ofrece, me quiero referir exclusivamente a los cafés.

Pretender tomar un buen café, en un lugar cómodo y agradable, en esa esquina es toda una odisea. Para empezar, en esa esquina hay dos cadenas de comidas rápidas. Una abarrotada de gente todo el tiempo y la otra fría, oscura, que ofrece en su cartelería productos que ya se discontinuaron y donde no hay una mesa y sillas comunes, todos bancos altos, incomodísimos.

Si uno mira a diestra o siniestra, se encontrará con casas de comidas, cuya especialidad no es el café precisamente, o con el bienintencionado Bar Facal que, luego superar la fuente de los candados, de ladear palmeras y saludar una estatua de Gardel (¿palmeras con Gardel? curiosa combinación), hay que pelear para encontrar una mesa; o del otro lado el bar El Gaucho, donde, ese largo pasillo despersonalizado, no es un lugar para citarse a una cita, ni de negocios, ni de reencuentros, mucho menos con otras intenciones. En el Facal y en El Gaucho, los mozos creen que son oficinistas y los comensales somos un trámite, salvo con los clientes, o los visitantes frecuentes.

Si busca yendo hacia la Plaza Independencia o el Obelisco, no encontrará un solo lugar agradable para tomar un café en un ambiente acogedor, cálido y bien atendido. Está el Sportam, que es más historia y mística que actualidad. Solo quedan las opciones razonables, algunas en la Ciudad Vieja o en Pocitos, Punta Carretas.

El periodista, poeta y escritor Alejandro Michelena, ha estudiado exhaustivamente la historia de los cafés, tanto de Montevideo como de Buenos Aires. Hubo épocas gloriosas donde la intelectualidad se reunía en fermentales tertulias.

Escribió Michelena que «no era sencillo competir con los grandes cafés que por aquellos tiempos poblaban nuestra capital. Para empezar el viejo Tupí-Nambá de la plaza Independencia, que Francisco San Román había fundado en la década del setenta del siglo XIX y que a comienzos de los cuarenta era un antro venerable; “el café” por excelencia en Montevideo, allí donde se encontraban los políticos, los comerciantes, los artistas, los deportistas, los intelectuales. Un lugar célebre en el mundo, recordado por viajeros sensibles al mismo plano que el Tortoni de avenida de Mayo en Buenos Aires, que el Pombo y el Gijón de Madrid, que el Greco de Roma, que el Florián de Venecia, que el San Marco de Trieste, que Les Deux Magots y el Dome de París, que el café De la Parroquia de Veracruz, y tantos otros —simbólicos y cargados de magnetismo cultural— por el ancho mundo.»

El poeta agrega, que «había otros cafés de gran porte en nuestra principal avenida, como el elegante Montevideo, de 18 y Yaguarón, donde hacía tertulia una cofradía vinculada a la política y al Partido Colorado (gracias a la vecindad del diario El Día) y otra relacionada con el tango. O el Ateneo, frente al entonces reciente Sorocabana, con su rueda de literatos que presidían Paco Espínola y Manuel de Castro, y su atmósfera vinculada al esplendor del ritmo del 2 X 4 alentado por la brillantez —que entonces comenzaba— del tango del cuarenta, bajo batutas mágicas como las de Aníbal Troilo y Julio de Caro por ejemplo. (…) En Convención y 18 abría sus puertas La Cosechera, por donde pasaba a lo largo de los días todo el mundo: el magnate y el pordiosero, el conocido político y el anónimo ciudadano, el artista que había triunfado y aquellos que —como sucedía en el porteño Café de los Angelitos— tenían “perdida la fe”.

En la calle Andes, el Boston era frecuentado por la gente del Sodre y por fervorosos cultores del arte del billar y la generala. En la plaza Independencia el ajedrez y el socialismo monopolizaban las mesas del enorme y melancólico café Británico, mientras que en el Palace y el Armonía de la rinconada sudeste se mezclaban gente de tango y de teatro con criollos memoriosos y judíos recién arribados de Europa Central a causa de la guerra. En 18 y Ejido el inmenso Sportman era un ámbito propicio para la morosa conversación, mientras que más adelante —a la altura de Tristán Narvaja— su casi tocayo el Sportsman albergaba las ruidosas reuniones de los estudiantes de derecho y notariado, y también las peñas más serenas de los discípulos del filósofo Carlos Vaz Ferreira que frecuentaban el lugar luego de asistir a las conferencias del “maestro” en el Paraninfo de la Universidad. No era entonces empresa fácil imponer un estilo novedoso para un novato café de la avenida. Y sin embargo, los años cuarenta atestiguarían el desarrollo del Sorocabana como alternativa dinámica para el encuentro coloquial en Montevideo.»

Michelena demuestra con esta entrañable crónica, que si comparamos lo que fue 18 de julio, y lo que es, no queda otra cosa que ponernos a llorar. No pedimos que los cafés de la principal avenida sean como el Café Brasilero, que tiene una muy buena fama ganada, antes que se la diera Eduardo Galeano, pero bien podrían abrir nuevas propuestas que hagan de la capital del Uruguay, una avenida con personalidad, de la que carece.

En 2015 Uruguay tuvo casi tres millones de visitantes (2.964.841). De esa cantidad, Montevideo es el lugar que más turistas recibió, con 935 mil. ¿Es 18 de julio, la emblemática que la ciudad se merece, no sólo para los turistas, sino para los habitantes del país? Creo que no pido mucho, pido cafés con ángel, con encanto, cómodos y no comederos que piensan en el próximo cliente, que en un buen servicio. Por lo menos, así lo veo yo (Guillermo Nimo dixit).

Fotos: fundamerica.uy