Cuenta la leyenda que las tierras de África e Iberia estuvieron unidas hasta que Heracles, en una titánica batalla contra Anteo, abrió a golpe de sable el Estrecho de Gibraltar, dejando a un lado un mar y al otro un océano, separando ambos mundos con un único y certero golpe.
Y surcando la brecha oceánica abierta por Heracles, llegamos hasta la gruta en la que Hércules dormitó agotado, mientras acometía los doce trabajos impuestos por el rey Euristeo de Tirinto. Y fueron también doce, los años que tardó en culminar dichas labores, hasta ser elevado al Olimpo.
Una vez en la gruta y en compañía del buen Mohammed, nos encontramos con Mahandi, un contador de historias traído de otros tiempos, que con el arte de la palabra ordenada y una cadencia impoluta, nos transportó a otro mundo, regido por leyes que no entienden de las lindes entre lo que es mágico y lo real.
Sobre la piel calcárea de la gruta, Mahandi recorrió la historia vital de la caverna, mostrándonos la impronta del paso de las civilizaciones tatuada en el roquedal. Y embebidos en su verbo, creímos que contador y gruta se unían en una sola voz al relatar cómo, desde tiempos inmemoriales, se escarbaba en la piedra para extraer la materia prima que se utilizaría en la fabricación de ruedas de molinar. Algunos relieves simulaban las olas surgidas tras el golpe de Heracles y allá en lo alto, el Ojo de Horus o Udyat, velaba por lo entendido como estabilidad cósmico-estatal, y bien es cierto que en aquel lugar, reinaba un estado de amniótica calma y ponderada paz.
Paso a paso y a medida que abandonamos la oscuridad de la gruta, fuimos despertando del dulce estadio que provocan las ensoñaciones, con esa miel en los labios que dejan los sueños arpados. Y ya tocados por la luz del sol, sin mediar palabra, nos detuvimos a contemplar la grandiosidad de un océano vibrante que separa lo de aquí de lo de allá; pensando en cuánto de cerca y lejos estamos, cuánto de común y cuánto de dispar. Y en esa suerte de meditaciones, fuimos dejando atrás la gruta, su sueño y sus leyendas mientras la silueta de Mahandi se desvanecía en el horizonte hasta convertirse en nube de polvo y memorable estatua de sal.