Recordando a Edgardo Ribeiro | Roberto Bennett
La intensidad de luz y la claridad de los cielos mallorquines, que tantas veces había captado y plasmado con insuperable maestría en sus lienzos, ejercieron de imán y allí comenzó su vaivén.
La intensidad de luz y la claridad de los cielos mallorquines, que tantas veces había captado y plasmado con insuperable maestría en sus lienzos, ejercieron de imán y allí comenzó su vaivén.
Un cuento del nuevo libro del escritor Roberto Bennett cedido especialmente por el autor. Estados Unidos observado al detalle en «Pax americana» que se encuentra en todas las librerías.
Un día contó, con lágrimas de emoción en sus ojos, cómo se habían conocido una noche de baile en la plaza del pueblo de Pina del Ebro, durante unas fiestas patronales. Según él, aquello había sido un flechazo a primera vista pero luego, lamentablemente, surgió un obstáculo casi insalvable.
Los gritos del público continuaban, mezclados con varios insultos hacia el árbitro, que recién entonces pareció darse cuenta que debía pitar algo y que la falta había sido dentro del área.
El año 1785 fue dramático para Luigi Boccherini, porque además de la muerte de su mecenas, también fallece su esposa Clementina, dejándole con 6 hijos menores de edad. La preocupación lleva a Boccherini a otorgar su primer testamento, que tiene por misión nombrar tutor…
Sus pies pequeños, femeninos, recorrieron playas, desiertos, ciudades, pampas, montañas y llanos, en busca de una dulce melodía que alegrara el canto de todos y su propio canto. Humilde, todo corazón, compuso las canciones más bellas que se puedan soñar para un ser amado.
Transcurría el año 1976 y Yupanqui se encontraba descansando en Mallorca. Habíamos paseado por la isla, comido asado en casa y tomado mate con mis padres, recordando sus tiempos de domador en Cardona, que curiosamente coincidían con los años en que mi padre tropeaba y embarcaba ganado desde la estación La Lata, en trenes con destino a La Tablada, en Montevideo. Estas reuniones eran casi un ritual para él: Traer yerba mate para mis padres, algún otro obsequio y luego pasarse una tarde en nuestra casa del barrio San Agustín, charlando de los viejos tiempos.
Ella era soltera, segura de sí misma y de carácter dominante. Cuarentona, alta, delgada y elegante, aunque no demasiado agraciada, con un rostro de rasgos equinos y dientes grandes, jugaba sus cartas sensuales y profesionales con una rara y sutil habilidad.
Es obvio que a despedirlo en el puerto de Montevideo, aquel día fresco y nublado del mes de abril, fue toda la familia. Sus padres, los abuelos Ancelotti, primos, tíos, tías, algunos amigos del liceo Rodó y por supuesto su abuelo, il nonno Carletto Rossi, que había enviudado hacía diez años.
Jaume extrajo de su bolsillo tabaco y papel de armar, y comenzó a liar un cigarro. Su auditorio estaba en suspenso, haciendo esfuerzos enormes por camuflar la impaciencia. El viejo, sacando chispitas de su vetusto mechero, encendió el cigarro y aspiró el humo con mucha calma. A César y Laura les carcomía la intriga y decidieron apurar al jardinero.
Al aterrizar en el aeropuerto internacional de Yundum, uno sabe inmediatamente que se encuentra en el corazón del Africa Ecuatorial. No sólo por la lujuriosa vegetación y las penetrantes fragancias tropicales que envuelven al viajero al poner pie en tierra, sino también por los abundantes árboles cubiertos de miles de pajarillos multicolores.
Este episodio ocurrió hace unos cuantos años, durante una visita rutinaria a los Emiratos Árabes, junto al veterinario inglés David Taylor, un muy querido amigo ya fallecido. Estábamos ambos trabajando para un sheik en un gran parque safari de su propiedad, ubicado en el oasis de Al Ain, en el emirato de Abu Dhabi. Nuestra función consistía en visitar dicho parque zoológico (situado en un oasis en pleno desierto) y
Mi primera sorpresa surgió nomás llegar, cuando el director del hotel me informó que al día siguiente él se iba de vacaciones por un mes y medio. Y que en aquel establecimiento nadie hablaba otro idioma que no fuese ruso o georgiano, debido a la proximidad geográfica con esa república caucásica.
Sentada en una mesa del cafetín Le Temps des Cerises, a escasos cien metros de su hotel, ella por fin comenzó a comprender que su situación era complicada, casi desesperada. Habían pasado ya las primeras noches de llantos, ruegos y reproches, cuando su prometido Augusto Soler le había comunicado que no estaba enamorado de ella.
Me llevaron a través de la bahía a tierra firme (mi hotel y la oficina estaban ubicados en la isla de Hong Kong) y luego de caminar varias manzanas por estrechas callejuelas, llenas de gente y locales iluminados con múltiples luces de neón, llegamos a un restaurante que ellos consideraban de lo mejor que había en esa ciudad.