El melancólico fluir | Miguel Barrero
Ya no viven ni Jobim ni Vinicius, aunque sí lo haga la modelo Helô Pinheiro, que fue la musa de la composición,
Ya no viven ni Jobim ni Vinicius, aunque sí lo haga la modelo Helô Pinheiro, que fue la musa de la composición,
Atormentado por la culpa, Rossetti quiso que el cadáver de su mujer quedara sepultado junto a los versos que él mismo le había dedicado
«Cernuda y Machado añorando al filo de sus despedidas estos patios sevillanos que son para mí presente y fueron para ellos un pretérito perfecto conjugado en tiempos de un futuro imposible»
Libros frente a la barbarie, la boda y el funeral y el horizonte de Aníbal es el juego a tres bandas que hace este gran amigo de Delicatessen.uy que es Miguel Barrero
El mero hecho de que alguien nos tienda la mano —vuelve a hacerse después de mucho tiempo, también se dan abrazos, y algún beso esporádico si la confianza es extrema— provoca una sacudida eléctrica en el subconsciente
Pocos misterios hay en la historia de la literatura española más sugestivos que el del gran vacío en torno al cual gravitan los orígenes del teatro.
Se presenta en sociedad esgrimiendo unos conceptos, los de igualdad y libertad, que ella misma se ocupará de dinamitar en cuanto encuentre la menor oportunidad para llevar a cabo sus propósitos.
La primera necesidad del ser humano, desde que cobró conciencia de serlo y una vez solucionados los aspectos que atañen a la mera supervivencia biológica, es la de compartir historias, las propias y las ajenas,
La providencia y unas oportunas amistades me permitieron colarme en el camerino después del recital, y mantuvimos allí una charla breve, y muy grata, tras la cual estampó una dedicatoria en mi ejemplar de Volver al agua y me regaló un folio con el listado de las canciones que acababa de interpretar sobre el escenario.
Tiritas para el alma Cuando en septiembre del año pasado viajé por primera vez a Buenos Aires, lo primero que hice tras instalarme en el hotel fue salir en busca de Mafalda. Descendí por Florida sin prestar atención a los comercios que se alineaban a uno y otro lado de la calle, apenas dirigí una mirada de reojo al obelisco imponente de la Nueve de Julio y tampoco me detuve
Pocos se acordaban a estas alturas del siglo XXI de Enrique Gaspar y Rimbau y seguirían sin acordarse si la serie El Ministerio del Tiempo no hubiese insuflado nueva vida a la que fue su invención más memorable. Justo es rescatarlo del olvido.
Esa disyuntiva entre el valor artístico de una obra y su valor cultural tiene su correlato en el campo de las disciplinas o los géneros, donde a menudo se establece una clasificación un tanto tendenciosa entre lo popular y lo elevado o elitista, como si se le negara a lo primero el valor que se le presupone de antemano a lo segundo.
«Aunque digan que Gijón es una ciudad más visual que literaria, en todos los libros que han tratado de explicarla está presente el mar» dice Miguel Barrero, sobre uno de los símbolos de la ciudad. Reflexiones de la cuarentena.
La cultura, va a salir muy maltrecha de este trance. Desde antes de que se decretara el estado de alarma, empezaron a anularse presentaciones, eventos, exposiciones, festivales; se cerraron librerías y teatros; se cancelaron rodajes y estrenos y actuaciones y ensayos.
El mundo seguirá siendo un lugar diverso, complejo, rico, extraño, fascinante, por más que ellos quieran asimilarlo a su planicie ética y estética. Ray Bradbury nos enseñó que el papel arde a 451 grados Fahrenheit, pero la Historia también nos ha enseñado que los tiempos evolucionan…
Pocas biografías hay más extrañas y apasionantes que la de Rafael Barrett, un cántabro que allá por los primeros compases del siglo XX se convirtió en una suerte de mito canalla para la intelectualidad latinoamericana y terminó exhalando su último suspiro en un hotel de Arcachon, en Francia, al que había ido para curarse la tuberculosis.
El epítome del abandono podría ser la antigua estación central de ferrocarriles, un edificio imponente que resiste en la avenida de la Paz, junto a un parque que lleva el nombre de Pablo Neruda
Existe una canción muy arraigada en el imaginario paraguayo que se titula Che pykasumi. Es una pieza tristísima escrita en guaraní, el idioma que hablaban los indígenas y que aún habla más de la mitad de la población del país. Pese a eso, y pese a que en 1992 la Constitución la señaló como la lengua oficial de la República junto con el español, no goza de muchas simpatías en
La escritora española más leída después de Cervantes no saldrá nunca en los libros de texto. Tampoco acaparó en vida las portadas de los suplementos culturales. Es posible que a ella nada de eso le importara demasiado. Sabía bien que su lugar no estaba en los púlpitos, sino a pie de calle.
Si las autoridades francesas pretendían ocultar al país la condición de fumador del pensador podrían, simple y llanamente, haber escogido otra fotografía
Aquella señora que tan poco tenía que ver con nuestras abuelas había sido una auténtica pionera, una de esas mujeres que, acaso sin proponérselo, marcan una época y abren nuevos surcos en los que sembrar la semilla del porvenir de sus congéneres.
El fenómeno no es nuevo porque se viene dando desde que las redes sociales comenzaron a instalarse en nuestras vidas: noticias viejas que de pronto resplandecen en la primera plana de las novedades absolutas y llevan al personal a indignarse —porque casi siempre son noticias indignantes— de idéntico modo y manera a como lo hicieron cuando se publicaron por primera vez.
¿Podrá España olvidar algún día a Franco? Es difícil, como difícil es que olviden en Alemania a Hitler, en Italia a Mussolini, en Rusia a Stalin, en Cuba a Fidel o en el Cono Sur a Videla y Pinochet. Todos ellos condicionaron de tal modo el devenir de sus naciones que su huella permanecerá indeleble en las páginas de la Historia.
No sabemos mucho de las rutinas de Álvaro Cunqueiro porque él nunca tuvo mucho interés por airearlas. No llevaba un diario ni dedicaba sus artículos a complacencias autorreferenciales. Prefería, en vez de glosar los recorridos por sus estancias interiores, dejar noticia exacta del asombro que le iban despertando las cosas del mundo.
No sé si lo sabe mucha gente, pero la canción «19 días y 500 noches» se escuchó en directo por primera vez en la plaza de toros de El Bibio. Recuerdo que era el 2 de agosto de 1999 y que era lunes, y también que el anuncio del concierto nos cogió a todos por sorpresa. No había disco nuevo y, sin embargo, Sabina iba a comparecer en la ciudad para no se sabía muy bien qué. Todo tuvo aquella noche un aire de ensayo general.
Quizá sea por ese encanto decadente que no es exactamente el de un lugar cualquiera de provincia, sino el de una gran ciudad venida a menos, o por la escasa ampulosidad que decora su grandeza. Muchas noches la recorrí entera sólo por el placer de sentir el frío del invierno azotándome en la cara mientras descendía de vuelta a casa, y otros tantos días caminé por ella sin que hubiera motivo, sencillamente porque me apetecía repasar sus edificios uno a uno, desde la vieja almoneda que se abría ante el palacio de Monterrey hasta la iglesia de San Benito, arrinconada en un recoveco inverosímil.