La casa viajera que hoy es el restaurante Santa Clara en Bogotá | Maritza Vieytes

Casa Santa Clara
Bogotá, Colombia: Casa Santa Clara Restaurant

Colombia no es solamente el país de los contrastes y de la mayor variedad de café que uno pueda imaginar, es también la tierra de Gabriel García Márquez, el escritor del realismo mágico, y tal vez por ello es que la historia que voy a contarles es tan inverosímil como real.

Por semanas pasé mirando desde las avenidas bogotanas, la montaña desde la que Monserrate, como lo pronuncian los colombianos, mira callada y por momentos aturdida a una ciudad en la que los “trancones” vehiculares están a la orden del día y en la que no hay plegaria que te pueda llevar a evitarlos.

Era un sábado sobre la tardecita en que subí hasta aquella construcción que como un imán atrae las miradas de propios y ajenos.

Al llegar, el lugar permite tener una vista de Bogotá, y allí comprendí que era lo que me hacía tanta falta en las mañanas o en las tardecitas y no había logrado hacer consciente. Es una ciudad sin árboles, es una verdadera selva de cemento. Luego de observar detalles que me ubicaran y sin lograr que la emoción me llegara al corazón caminé en silencio para entender que es lo que de Monserrate me atraía. Y llegué desprevenida tal y como ocurre con todo lo que me sucede en la vida, hasta un restaurante que no parece encajar con su entorno. Una gran escalera blanquecina te conduce hasta una construcción antigua y elegante a la que parece faltarle el espacio suficiente para decir, ¡aquí estoy!

Allí está Santa Clara, la casa que la montaña parece querer expulsar, al tiempo que la retiene como si se tratara de una situación confusa pero necesaria. Y es así que decidí conocer más sobre esa construcción que aturde con su belleza arquitectónica, y para comenzar ingresé en ella para tomar un café y de paso hablar con la moza que seguramente acostumbrada a preguntas tales como ¿me puede contar algo de esta casa? Se detuvo, depositó la bandeja en la mesa vecina y comenzó a desgranar una historia atrapante.

Carlos Navarro era uno de los hombres más ricos de la Bogotá de inicios del siglo XX, y también de los más tacaños, según cuenta la leyenda. En sus múltiples viajes a Europa, estando en París vio una construcción que de inmediato le cautivó y decidió comprarla y pedir que la “empacaran” para trasladarla a Colombia.

Ustedes se preguntarán si no era posible, con los planos correspondientes, construirla en Bogotá, pues sí, pero Carlos Navarro quería esa casa y no una copia.

Así que la casa es comprada, desmontada, empacada y embarcada para surcar el océano Atlántico con destino a Barranquilla, donde la desembarcan para posteriormente ser nuevamente embarcada para navegar el río Magdalena con destino a la localidad de Honda, allí es desembarcada y a lomo de mula es llevada hasta Usaquén para convertirse en la Quinta las Mercedes.

En la década de 1940 surge en Bogotá un auge por la arquitectura europea, y junto a ello también se hace presente la excentricidad de los poderosos bogotanos que competían por la extravagancia con la que hacían alarde de su poder económico.

Tiempo después de estar armada en Usaquén, la casa es nuevamente desarmada, empacada y trasladada hasta Monserrate, donde vuelve a ser armada a más de 3100 metros sobre el nivel del mar, recibiendo el nombre de Santa Clara, patrona del buen tiempo.

Hoy es un restaurante que atrae por su belleza arquitectónica y donde molduras, puertas, ventanas, chimenea y escaleras, todo en madera blanca invitan a un café, un chocolate caliente y delicias de la panificación propia de Colombia.