La trama de la Navidad | Carolina Zamudio

No hablaremos aquí de las alegrías y nostalgias que vienen con una de las fechas más célebres de nuestra cultura. Para eso las propias circunstancias, el recorrido por la historia vital en busca de esa noche —una sola— que haya hecho sentir que esas Navidades eran para siempre. Haremos, en cambio, un repaso azaroso y desordenado por textos inspirados en las fiestas, porque acaso así nazcan la literatura y la música: de las experiencias personales, del hastío, de la necesidad de entender y legar, de celebrar la vida y sus ciclos, marcados también por el calendario gregoriano.

En tiempos en que todo pareciera absolutamente fugaz y perecedero, aunque paradójicamente plausible de ser reproducido y almacenado ad infinitum, la fiesta del catolicismo sigue siendo motivo de penurias y satisfacción de escritores. Como muchos de los textos creados hace varios siglos, la retórica de hoy pareciera seguir centrándose en las aflicciones por un lado y la avaricia, por otro, o —dos caras de la misma moneda— la solidaridad de ocasión. Desde los hermanos Grimm, pasando por Hans Christian Andersen y sus entrañables cuentos para niños, hasta J.J.R. Tolkien, Charles Dickens, O. Henry, Agatha Cristhie y Oscar Wilde, entre muchos otros, autores de todos los géneros dejaron su impronta sobre la «llegada del niño».

“Mi familia era tan pobre que cuando llegaba diciembre mi madre hacía que los seis hijos varones salieran por el barrio a la ‘caza del marrano’. Era cuestión de entrar de noche en una granja y robar uno o dos cerditos. Si teníamos suerte, volvíamos con algunos lechones. Mamá vendía lo conseguido y se quedaba con uno, para la noche del 24. Pero aquel año a mi hermano mayor, Pedro, le pegaron un escopetazo en la cabeza: la perdigonada le arrancó el maxilar inferior, la nariz y parte de la frente. La policía nos entregó el cuerpo, todavía tibio. El autor del escopetazo, para que mamá no molestara con denuncias penales, nos entregó el cerdo más gordo que tenía, dos gallinas, dos cuis y un conejo. Enterramos a Pedro. Vendimos todo para pagar el ataúd. Ese año, en Nochebuena, cenamos ajiaco de pollo, pero sin pollo, sin nada más que una papa hervida, con sal, en agua. La papa parecía una piedra, un pedazo de alma en el plato. Mamá no lloraba. En esta época, las mujeres no lloran”, perdura desde ahora el ‘Cuento de Navidad sin Navidad’ hecho especialmente para este artículo por Rafael Courtoisie, escritor uruguayo, mientras las ciudades del mundo se llenan de renos y trineos.

La literatura no sabe de balances, ¿cómo podría hacerlo algo concebido con ánimos de eternidad? Sí de tópicos comunes. Tradicionalmente, los contenidos navideños también estuvieron enfocados en la magia; muchas veces dichos desde la ironía, tocados de irremediable realidad: “Una noche infernal en que los niños no pueden dormir con la casa llena de borrachos que se equivocan de puerta buscando dónde desaguar, o persiguiendo a la esposa de otro que acaso tuvo la buena suerte de quedarse dormido en la sala. Mentira: no es una noche de paz y de amor, sino todo lo contrario. Es la ocasión solemne de la gente que no se quiere. La oportunidad providencial de salir por fin de los compromisos aplazados por indeseables…”, describe García Márquez en el texto ‘Navidades Siniestras’.

Cambia, todo cambia

Hace no mucho tiempo atrás, debido a la simbología religiosa de la celebración, la Navidad empezaba el ocho de diciembre y acababa con la llegada de los Reyes Magos el seis de enero. Hoy, la Noche Buena es solo el comienzo del fin de una larga temporada que arranca, con suerte, a finales de octubre. Asimismo, países y ciudades guardaban sus tradiciones y peculiaridades, que poco a poco parecieran ir solapándose unas con otras, mezclándose de manera errante, de acuerdo a modas y mandatos.

Pero, también de música vive esta época: “El fin de año huele a compras,/ enhorabuenas y postales/ con votos de renovación;/ y yo que sé del otro mundo/ que pide vida en los portales,/ me doy a hacer una canción.”, canta Silvio Rodríguez. Desde los cuentos clásicos a los textos contemporáneos de todos los géneros, no solo villancicos son sinónimo de las fiestas. Hoy, mientras como en una gran Torre de Babel que se erige y cae día a día, las celebraciones se cruzan y pareciera que a veces se vaciaran de sentido, algunas veces, la lírica musical también lo cuenta: “Ojalá no abrasara el calor del hogar/ cómo hacer cuando toca reír/ si me da por llorar/ corazón, no me quieras matar/ corazón, sé de sobra quién paga y quién cobra/ quién hace vudú/ quién satura el cubo de basura de tu cotillón/ San José se enfadó con el padre del Niño Jesús”, reza la ‘Canción de Navidad’ de Joan Manuel Serrat y Joaquín Sabina, que termina: “Satanás es un capo llevando el compás/ infiltrado en el supermercado de la navidad”.

A las inmortales versiones de The Beatles, grabadas de manera interrumpida durante siete años, pueden sumarse músicos de todos los géneros. Entre los del pop, no hay ‘dios’ que no haya grabado un especial de ocasión; entre ellos, Mariah Carey, Madonna, Lady Gaga y, más recientemente, Ariana Grande y Katy Perry. Pero, probablemente sea Michael Buble quien más hogares haya conmovido con su privilegiado registro.

Entre las mil y una versiones de ‘Noche de Paz’, destaca por lo particular la de la banda argentina de los ’80, Sumo, que aún sigue sonando para la fecha. En sintonía similar y desde las mismas latitudes, el ‘Villancico del Horror’, de Divididos. Sin olvidar, desde ya, los sonidos del bandoneón con ‘No te pongas triste’, del colombiano Carlos Vives, ni ‘Mensaje de Navidad’, de Diomedes Díaz, también de la región, llenos de ilusión y espíritu caribe, para decir con simpleza de espíritu: “Les deseo un próspero año nuevo/ y ventura pa’ los que vienen.”

Volviendo a la literatura, el autor argentino Jorge Paolantonio, nacido en Catamarca, eternizó en su poema ‘Navidad blanca’ algunos de los ritos de su infancia: “con cuarenta y dos grados/ a la sombra/ abuela congelaba nietos/ a la voz de/ ‘hoy tenemos que armar el Nacimiento/ vamos por guijarros pequeños y pastito’/ y la tropa de nietos obediente era una nube/ a diluviar con manotazos los canteros/ para volver con mil hebras de esmeralda/ piedritas pardas y negras de la torrentera/ acaso era homenaje a la hora de la siesta/ y pronto sobre la mesa de amasar ravioles/ se levantaban tres montañas de arpillera/ geografía curiosa de un establo criollo/ donde entre gallos y misa a medianoche/ Bajaría ‘un niño para redimir al mundo’”.

Entre los poetas que le han cantado al Nacimiento, se destacan Gloria Fuertes, Carmen Conde y Sor Juana Inés de la Cruz; César Vallejos, Juan Ramón Jiménez y Lope de Vega, por citar unos poquísimos de diversas épocas. Juan Manuel Roca, poeta colombiano contemporáneo, pintó una epifanía acorde a su voz, en el cuento ‘Feliz Navidad, señor Amézquita’. En él, el protagonista, un “virtuoso violinista vencido por la soledad y el alcohol”, a quien “semanas santas y navidades le daban lo mismo”, va perdiendo —a manos de un usurero— de forma metafórica e inexorable todas las pertenencias de su pasado, como quien pierde en un silencio inevitable a esa persona que nunca llegó a ser: “… Fueron largos y oscuros esos meses en los que fue cambiando por mercados —en cada uno de ellos progresivamente abundaba mucho más el alcohol que el condumio— zonas y objetos de su casa, como si iniciara sin saberlo un penumbroso y constante desdibujo. Como si alguien pasara un borrador por la antigua y gloriosa memoria familiar… Un día, tras la niebla de una de sus turbias resacas, fue a mirarse en el espejo y pudo constatar que no existía, que ni el espejo, ni el baño, ni la alcoba, ni el cuarto de estar, ni la terraza ni el patio le pertenecían, y que ese exilio en casa ni siquiera ya era suyo”.

La novela ‘Ganzúa’, del escritor Luis Fernando Macías, también colombiano, que ya va por la quinta edición, tiene la particularidad de que todos los capítulos titulados con letras tienen como trasfondo la Navidad. Es así que el autor va marcando uno de los tiempos de la trama, el de la infancia del protagonista: “¿Sabe qué, panadero? Eso fue en diciembre, el veinticinco por la tardecita. Yo tenía siete años. Esa vez, el niño Dios me había traído una volqueta de remolque. Estaba jugando con ella en el solar de abajo, bacano ahí, metido entre la gente. A mí me gustaba estar con los grandes.” Y acaso ese sea el rasgo principal de las fiestas, una ocasión para que niños y adultos se mezclen, cambiando por una noche de roles.

Al fin, año a año, desde los siglos de los siglos, cada uno desde su mirada y creencia matiza a perpetuidad, en rima o verso libre, el Advenimiento: ‘Así estaba la luz’, del español Luis Rosales, celebra: “El sueño como un pájaro crecía/ de luz a luz borrando la mirada;/ tranquila y por los ángeles llevada,/ la nieve entre las alas descendía./ El cielo deshojaba su alegría,/ mira la luz el niño, ensimismada,/ con la tímida sangre desatada/ del corazón, la Virgen sonreía.”