Emilio Bolinches (Montevideo,1960). Artista plástico, docente. Comienza sus estudios de dibujo junto al acuarelista Esteban Garino en 1973. Sus encuentros con artistas en los boliches como el Jauja, Sorocabana, Café Brasilero, El Mincho, pasaron a ser, para él, sustitutos de la clausurada Escuela de Bellas Artes durante la dictadura. Eran tertulias entre el humo de cigarrillos, las copas y los cuentos que hicieron un aporte invalorable para su trayecto por las artes. Egresa de la Escuela de Artes Aplicadas en 1978 como diseñador gráfico. Un año después, concurre al taller del maestro Miguel Angel Pareja. En 1980 funda “Taller 2”, primer taller de formación de Diseño Gráfico privado que dirige durante nueve años y que entrega su dirección al Diseñador Gráfico Osvaldo Ruso quien prosigue hasta finales de la década de los noventa. Entre 1982 y 1987 se integra y comparte el taller del Pintor Carlos Prunell donde dicta clases junto al mismo. Ejerce como profesor de Dibujo en secundaria a partir de 1982 y por espacio de diez años. Actualmente dirige su propio Taller de Enseñanza y da charlas, seminarios y talleres para empresas. Desde 1976, ha mostrado su obra en más de 400 muestras colectivas y 23 muestras individuales, dos de ellas en EE.UU. Ha sido destacado y premiado en los Salones de Arte más importantes de la década de los años ochenta a nivel Oficial y Privados en Montevideo y Capitales del Interior del País en trece oportunidades. A los 22 años de edad, su obra pasa a formar parte del Patrimonio Artístico Nacional.
Un sabor de infancia
Alcauciles al infierno.
Una manía confesable
Cuando huelo perfumes que me gustan, preguntar cuál es, sea quien sea.
Un amuleto
Una vela siempre encendida en el taller.
El último libro que leí
“Pétalos sin flor” de Patricia Barboni.
Una película que me marcó
“Hable con ella” de Pedro Almodóvar.
Algo que evito
Ser invadido por lo socialmente correcto.
Si hoy volviera a nacer sería
Exactamente el mismo, haciendo lo mismo.
Una ciudad para vivir
Montevideo, Ciudad Vieja, donde vivo.
Un lugar para volver
París.
Una materia pendiente
Actuar.
Un acontecimiento que cambió mi vida
Mi hijo Joaquín.
Un escritor definitivo
Julio Cortázar.
Algo que jamás usaría
El amarillo limón puro.
La última vez que dije «tierra trágame»
Cuando en la inauguración de una muestra mía, me presentan a una distinguida señora con la cual una hora antes nos habíamos dicho de todo, cara a cara, en un incidente de tránsito.
El lugar más feo del mundo
El Parque Rodó el día que falleció mi padre.
Una rutina placentera
Matear, dibujar y escribir a la mañana bien temprano.
Me aburre
Las charlas o conferencias de intelectuales que dirigen su discurso al círculo encerrado en su materia.
Una manía gastronómica
Pasta con salsa de frutos del mar.
Una canción que aún me conmueve
La canción “Benito”, de Serrat, que comenzó a sonar cuando inicié mi última serie “Los Magos”, a las 10 de la noche del 24 de diciembre de 2013.
Un restaurante que nunca falla
“Maríntimo”, del querido Nico Quincke.
Algo que cambiaría si pudiera
Cambiaría a los borrachos de poder que lideran el mundo, responsables de tantas injusticias, por lúcidos, capaces y honestos.
El valor humano que más admiro
La sensibilidad, fundamento de la solidaridad en el pensamiento y acción en simultáneo.
Una última palabra
Amor.