Pan, todo, pan, todo | Fabián Muniz

Un molino cualquiera, en una pequeña comarca, hace muchísimos siglos. Los ancestros de los tatarabuelos de Jaunarena, o tal vez los de Pérez, o probablemente los de ambos, mezclaban un poco sin querer, otro poco por experimento, casi se diría por atrevimiento, la harina con el agua. Daban rienda suelta al juego gastronómico, en reuniones dionisíacas, en orgías gustativas, los estómagos comulgaban con la sustancia alimenticia, con el origen de la cultura humana. Más tarde descubrieron la levadura, los organismos vivos que reproducen la masa, que la inflan hasta dejarla como una bolsa de té mutante, como un caldo pastoso de burbujas y grumos que exudan una apariencia deliciosa.

Hornearon con levadura, y salieron unos bollos calientes de sabrosa consistencia y delicada textura. Esos bollos fueron todo lo que se podía querer. Fueron todo. Fueron pan. Pan. El nombre estaba a la altura de las circunstancias, defendía a capa y espada el significado al que debía referirse. Pan, todo, pan, todo. Más tarde uno de los evangelistas lo metaforizaría con el cuerpo de Cristo, tamaña herejía: ese flaco carpintero que, cuando mucho, se chamullaba a algunos campesinos analfabetos y los convencía de tonterías metafísicas nunca debió ensuciar la imagen incólume del pan. Mal haya, y mil veces mal haya, la institución que contaminó el pan, que le otorgó ese peso redentor que no merecía.

De nada vale aclarar que la historia del vino es la misma, peor incluso, porque el estado de ebriedad sí que era pan, era un todo incólume, puro, que unía al bebedor con su verdadera esencia, lo desnudaba hasta lo más profundo de su alma. Pero luego de la metáfora del vino como la sangre de Cristo todo se vino abajo: el estado de ebriedad no fue más que una ocasión para acrecentar las culpas que el hombre fue acostumbrándose a sobrellevar penosamente en su vida cotidiana. ¿Qué queda de todo esto? El pan, el vino, la culpa de engordar y emborracharse, la inmunda tautología de al pan pan y al vino vino, que es un engendro porfiado de al césar lo que es del césar y a dios lo que es de dios.

 

Fabián Muniz (Montevideo, 1988) es profesor de Lengua y Literatura, egresado del Centro Regional de Profesores del Este (Maldonado), y periodista cultural en el semanario Brecha. Fue profesor-tallerista de literatura en Fundación FUCAC. Ha colaborado, entre otros medios, con la revista de ensayos Prohibido Pensar, Relaciones, Revista Saga, (Facultad de Humanidades y Artes de Rosario, Argentina), así como en los sitios web Proyecto Fósforo y Club de Catadores. Cuentos, poemas y ensayos suyos han sido incluidos en varias antologías de Uruguay y Argentina. La epopeya de las pequeñas muertes es su primer libro publicado. Este texto fue cedido especialmente para Delicatessen.uy por el autor, forma parte de la novela ganadora del Premio Gutenberg, La epopeya de las pequeñas muertes, que acaba de editar Fin de siglo.