Frida y las delicias de la cocina | Humberto Robles

Frida Kahlo – “Viva la vida” (1954, óleo sobre masonite, 59 x 50 cm, Museo Frida Kahlo, Coyoacán, México)

Sopa de flor de calabaza, mole amarillito de Oaxaca y calabaza en tacha, servidos con refrescantes aguas de jamaica, horchata o tamarindo, o acompañados de un tequila, mezcal, tepache o pulque eran habituales en la mesa de la Casa Azul de Coyoacán, hogar durante muchos años de Frida Kahlo y Diego Rivera.

Desde hace tiempo el mundo ha sucumbido a la Fridomanía; la gente se siente atraída por la vida y obra de esta pintora mexicana. En Uruguay también es conocida por los diversos montajes de la obra de teatro “Frida Kahlo Viva la Vida”. La reconocida actriz Adriana Do Reis lleva años representándola, fue nominada como Mejor Actriz por los Premios Florencio y ha obtenido dos veces los Fondos Concursables para llevar la puesta al interior del país; también ha tenido la oportunidad de presentar la obra en otras latitudes, como en los festivales Teatro Em Cena de Porto Alegre y el de Teatro de Recife, ambos en Brasil. Además hubo otro montaje con la actriz Ximena Echevarría, dirigida por Norina Torres, y se ha presentado en varias ciudades uruguayas debido a una gira internacional con la actriz venezolana Rosa María Hernández, bajo la dirección de David Molina.

La obra transcurre en un Día de Muertos, una fecha representativa del sincretismo entre una tradición prehispánica y la celebración cristiana de los Fieles Difuntos, donde se cree que los muertos vienen por una noche a celebrar con los vivos. En la obra vemos a una Frida preparando la comida para sus invitados, simples espectros que son evocados e invocados por la artista: su amado Diego, el továrish Trotsky, Pablo Picasso, André Breton, Rockefeller e irremediablemente se hace presente la figura de la Muerte, la famosa Catrina, compañera inseparable de la pintora a lo largo de su existencia. El dolor, el humor y anécdotas de su vida recorren este monólogo que a la fecha ha sido llevado a la escena en 26 países. Se trata de la obra de teatro sobre Frida más montada en el mundo: «Una obra que tiene emocionadas a las audiencias en ambos lados del Atlántico», como se anuncia en Reino Unido.

Con el paso de los años Frida se ha convertido en un símbolo de diversas causas debido a sus convicciones revolucionarias, su actitud feminista y su nada oculta bisexualidad. Era atea, perteneció al Partido Comunista Mexicano y entre sus últimas apariciones en público –once días antes de morir- asistió una manifestación a favor del derrocado presidente Jacobo Arbenz de Guatemala.

En el ámbito artístico, Breton la calificó como surrealista aunque ella decía “No pinto sueños, pinto mi realidad” y el Museo del Louvre le compró dos cuadros siendo la primera artista mexicana en la colección de este recinto. Desarrolló un estilo propio –muy al margen de la influencia que pudiera ejercer Rivera- donde sobresalen sus autorretratos, los cuales realizaba porque, como ella decía, “Soy lo mejor que conozco”.

Otro rasgo característico de Frida es su apariencia y su forma de vestir: su ceja tupida, el famoso bigote que resaltaba en sus pinturas, su vestimenta típicamente mexicana y tocados floridos en la cabeza. Todo esto contrastaba con la indumentaria usada por una sociedad alineada que seguía la moda dictada por las tendencias occidentales. Durante varias etapas estuvo obligada a usar corsés ortopédicos y, quizás para aminorar sus penas, se dedicaba a pintarlos con hoces, martillos y otros motivos.

En el aspecto sentimental, sin dudas Diego Rivera fue su gran amor; con él se casó en 1929, se divorció en 1939 y se volvió a casar un año después. El padre de Frida, calificó a la pareja como el matrimonio entre “un elefante y una paloma”. Sin embargo es por todos sabido que ella se relacionó emocional y sexualmente con otros hombres y varias mujeres.

Cuentan que fue Lupe Marín, la primera esposa de Rivera, quien le enseñó a cocinar a Frida cuando esta se casó con el pintor; Lupe sabía que, para tenerlo satisfecho, había que ganárselo por la estómago. No en balde hay un dicho mexicano que dice “Panza llena, corazón contento”.

En el Mercado de Coyoacán, que aún existe, solía vérsele a Frida deambulando por los puestos eligiendo frutas, verduras, carnes, tortillas y flores para adornar su casa. En muchas de sus pinturas vemos la influencia que tuvieron los alimentos en su existencia: naturalezas muertas y autorretratos donde aparece la abundancia de ingredientes de la gastronomía que nutre la vida cotidiana del mexicano.

En el país rebosan frutas como la papaya, piña, sandía, melón, lima, guayaba, de las cuales suelen hacerse aguas o jugos, así como plátano, mamey, tuna, jícama, granada, capulín y pitaya. La gama de alimentos preparados a partir del maíz es muy amplia, ya que este es el ingrediente básico de la cocina nacional: tacos, enchiladas, chilaquiles, gorditas, sopes, quesadillas, tostadas, tamales y pozole, por mencionar algunos. Una de las delicias culinarias es el huitlacoche, un hongo negro que aparece en el elote -la mazorca del maíz-, considerado el caviar azteca. De ahí siguen platillos más elaborados que llevan una gran dedicación como las variedades de moles o los chiles en nogada, otra exquisitez de la gastronomía mexicana.

Los insectos también forman parte del menú nacional como los chapulines, los escamoles y los gusanos de maguey, así como las cactáceas donde encontramos los nopales que pueden ser asados, hervidos para sopas y guisos o servidos como ensalada. No debemos olvidar la diversidad de salsas para acompañar la mayoría de los platillos preparadas con la diversidad de chiles nativos.

Por último nos adentramos en los postres y dulces mexicanos como las Alegrías de amaranto, jamoncillos, muéganos, frutas cristalizadas o ate acompañados de un café de olla endulzado con piloncillo y aromatizado con una varita de canela; también se le puede agregar un chorro de tequila y a este se le llama “Café con piquete”.

Cocina de Frida Kahlo

Frente a este mundo de posibilidades, además de pintar y cuando su frágil salud se lo permitía, Frida se dedicaba amorosamente a la comida. Y no solo lo hacía para goce de ella y Diego, también para agradar al sinnúmero de amigos y visitantes que iban su casa de Coyoacán. Y seguramente lo hacía porque cocinar es un acto de amor que se hace para el disfrute propio y el ajeno. Fiestas, amigos, amores, comida, bebida, música y marihuana eran placeres que deleitaban a Frida.

En la Casa Azul, actualmente el Museo de Frida Kahlo, se aprecian la recámara y el estudio de ella, el cuarto de Diego, el comedor y la cocina, donde podemos imaginarnos a la pintora usando el molcajete o el metate –morteros de piedra tradicionales-, calentando tortillas en el comal o envuelta por los aromas emergiendo de las ollas de barro calentadas en los fogones, como el olor del epazote o del cilantro. Ella misma decoró la cocina y, con pequeños jarritos artesanales de barro, dibujó los nombres de Frida y Diego en la pared que aún pueden apreciarse.

Su última pintura, hecha pocos días antes de morir, es muy significante: una naturaleza muerta con unas brillantes sandías rojas de intensas cáscaras verdes, y con un lema donde se lee “Viva la Vida”. Este fue el testamento pictórico de una mujer extraordinaria que, a pesar de los dolores físicos y emocionales, vivió con pasión, alegría, sentido del humor, convicciones políticas, libertad sexual y amor por la cocina.

 

Humberto Robles (México, 1965) es dramaturgo y guionista. Ha trabajado en cine, teatro, televisión, cabaret, comerciales, videos y cortometrajes en las áreas de vestuario, escenografía, ambientación, producción, dirección y como escritor. Sus obras han sido montadas y representadas en varios lugares de México así como en varias ciudades de Alemania, Australia, Austria, Uruguay, Paraguay, Brasil, Bélgica, Argentina, Puerto Rico, Canadá, Chile, Costa Rica, Colombia, Bolivia, Venezuela, Cuba, Italia, España, Francia, Escocia, Inglaterra, República Checa, Portugal, Panamá, Perú, República Dominicana y Estados Unidos. www.humbertorobles.com