San Remo más allá de la canción | Sylvana Cabrera

San Remo es un pintoresco pueblo en el Mar de Liguria, en el corazón de la Riviera italiana, al cual confieso que solo conocía por el famoso festival que lleva su nombre y de donde han salido figuras de talla internacional como los italianos Doménico Modugno, Iva Zanicchi, Nicola Di Bari, Andrea Bocelli, Laura Pausini, Zucchero, Adriano Celentano y Eros Ramazzoti o del resto del mundo como Ray Charles, Stevie Wonder, Louis Armstrong, Elton John, Madonna, Luis Miguel, Roberto Carlos o Sergio Dalma, por solo mencionar algunos.

Muchos iniciaron su carrera a partir de este prestigioso evento de la canción y otros utilizaron el Festival de San Remo, como plataforma para darse a conocer en el Viejo Continente.

San Remo me despertaba mucha curiosidad y en este último viaje decidí hacerme un tiempo para recorrer su calles y disfrutarlo por unos días.

Al llegar me dio la sensación de recorrer de algún modo las calles de Piriápolis.

Señorial, pero más tranquilo de lo que lo imaginaba, con edificios que guardan secretos de otros tiempos, elegante pero a su vez como toda Italia un tanto caótico, San Remo a medida que pasaron las horas me fue conquistando.

San Remo por dentro

Nos alojamos en un antiguo hotel en pleno centro de la ciudad y luego salimos a caminar por su ondulante rambla que invita a transitarla a paso lento para disfrutar de sus jardines de una exuberancia increíble.

Subimos camino hacia la magnífica iglesia de la Virgen de la Costa (de estilo barroco construida en el siglo XVII). La iglesia estaba en plena reforma debido a que en pocos días se llevaría a cabo en la ciudad el festival de las flores más importante de toda Italia y uno de los mejores de Europa.

La vista desde la cima es realmente fabulosa, la montaña, las opulentas villas italianas, el colorido de sus flores, el puerto colmado de yates, barcos de pesca artesanal y la rambla con sus palmeras características.

Luego de admirar este increíble paisaje y dispuestos a almorzar, nos adentramos por sus callejuelas medievales recalando en un verdadero refugio gastronómico. Diminuto, con 4 mesas (2 afuera y 2 adentro), de cocina abierta, en una callejuela estrecha donde las paredes de piedra se imponen, este reducto culinario galardonado con 2 estrellas Michellin nos permitió disfrutar de un delicioso plato de ñoquis casero de zapallo en manteca de hierbas, unos sorrentinos rellenos de batata zanahoria con salsa de tomillo. Para coronar este disfrute culinario rematamos el almuerzo con 2 ristrettos y un tiramisú que era verdaderamente sublime.

Vino en jarra de los viñedos de la zona, pan casero de aceitunas negras rociado con aceite de oliva virgen extra y lascas de flor de sal.

El lugar parecía salido de un cuento y la austeridad del mismo lo hacían perfecto. El costo del almuerzo parecía absurdo si lo comparamos con el nivel de su comida y su servicio (33 euros dos persona, equivalente a $ 1100 pesos uruguayos).

La Guía Michelin sin dudas prioriza a mi entender los aspectos más importantes de un restaurante, como lo son la excelencia de una cocina y su servicio, dejando de lado los manteles de plástico y las servilletas de papel que ofrecían en este templo culinario.

Otros lugares imperdibles en esta ciudad son el emblemático Casino de San Remo, el palacio de Bóreas d’Olmo, que ahora alberga el museo arqueológico de la ciudad con una colección de artefactos de la antigua época romana y la imponente Villa de Alfred Nobel (donde él pasó los últimos días de su vida).

En la zona portuaria a la caída del sol los turistas y lugareños llenan la centena de restaurantes de comida italiana donde se destacan las ofertas de pizzas y de platos en base a pescados y productos del mar. La oferta en estos establecimientos está más orientada al turismo, por lo que la cocina es de una calidad inferior y de unos precios exorbitantes, lo que los hace poco recomendables. Los mejores lugares están muy escondidos en esta ciudad y la amabilidad de los lugareños les permitirán acceder sin ninguna dificultad.