El café de la discordia | Mariana Sosa Azapian

Siempre que me toca contar algo de mi bisabuela, necesariamente tengo que recurrir a su comida y a su cocina.

Su cocina era mi lugar preferido de la casa. Había algo que me atraía de toda su casa, un magnetismo inexplicable que incluso, recupero en mis sueños todo el tiempo.

Desde chica me acostumbró a tomar café “a lo armenio”, donde la fórmula más parecida la comprábamos (y compramos) en “El palacio del café”.

El aroma y textura de ese café no se parece a nada que haya probado: es consistente, oscuro, fuerte y se toma en pequeños pocillos. Si uno lo toma amargo, es mejor.

La sorpresa viene al final, cuando uno se encuentra con una borra terrosa, que luego de la ingesta, se descarta.

Pero todos esperábamos a que la bisabuela, artista olvidada en los artilugios de la adivinación amateur, de las mentiras blancas y demás gestualidades que la hacían única, nos leyera la borra. Por eso, en lugar de tirarla, la volcábamos con cuidado en el plato del pocillo. Lo que se lograba con esto, era la decantación del material terroso, formando las más extrañas imágenes en el pocillo. Todos hacíamos fila para ver qué nos deparaba el futuro, mientras la bisabuela, armaba historias entre la borra y tu persona. Captaba a la perfección tu ansiedad y surgían espontáneamente, los destinos más disparatados.

Una vez, aún adolescente, me pidió que la acompañara a la Iglesia, la que está ubicada en Avenida Agraciada. Luego del servicio religioso, los feligreses fuimos al salón de encuentro para tomar un café. Me senté al lado de mi bisabuela, y como todas las veces, una vez concluido el café, me dispuse a volcar la borra. A pesar de su edad, sus reflejos eran magníficos y previendo mi ademán, me golpeó la mano y me dijo: “Eso brujería, acá no”.

La miré extrañada, pero en seguida comprendí lo que pasaba: podíamos jugar a adivinar el futuro de la Iglesia para afuera, pero de puertas adentro, nada de artes adivinatorias.

Aún recuerdo la anécdota con mucha alegría, me acuerdo de ella con esa capacidad picaresca de interpretar la vida, los juegos y resguardar por supuesto, una moral inmaculada.

 

Mariana Sosa Azapian, nacida en Montevideo, es profesora de literatura.