Y un día se le dio por hacerse la cocinera.
“A partir de mañana en esta casa se va a comer bien”.
“Aleluya. Gracias a Dios, porque la cocina no era uno de sus mayores atributos.
Me imaginé que había contratado una cocinera, o quién sabe hizo un curso intensivo con Puglia. Pero ahí viene el complemento de la noticia que lo cambia todo:
“En esta casa se va a comer bien… y SANO”.
Yo me imagino que lo debe haber leído en alguna revista, o lo vio en la tele o quién sabe las amigas -o enemigas- se lo dijeron, porque ella empezó a creer ciegamente que las semillas, granos y fibras son la única comida saludable en el Universo.
“Estos alimentos hacen bien para el intestino, bajan el colesterol, evitan que las venas se tapen y tengas un ataque al corazón, la osteoporosis, el cáncer de colon, el cáncer de próstata, el cáncer de esófago, el cáncer de tiroide ”
Eran más de 12 tipos de cáncer que las semillitas resolvían y ella feliz como si fuese la científica que descubrió la cura.
El comer bien a que ella se refería se resumía a arroz integral, de preferencia negro, con papas hervidas sin sal, ensalada de apio con semillas de lino, granos de girasol, muchas fibras y de postre dos nueces y una castaña.
Esa mezcla, según ella, haría funcionar mi intestino como un reloj.
Yo particularmente me sentí como un pajarito, cagué alpiste por tres meses seguidos. Hasta miedo de salir volando tenía.
La comida era un asco, pero ella seguía metiéndole a las semillas, a los granos y a las fibras de nombres impronunciables y con un aspecto tan, pero tan horrible que ni las palomas en la plaza eran capaces de comerlas.
La sorpresa
Un día llegando en casa a las once de la noche, con un hambre de locos, soñando con churrasco con papas fritas y un flan con dulce de leche, ella dice:
-“Hoy te preparé una sorpresa”
Si no es el churrasco con papas fritas que sean ravioles con tuco, uno piensa mientras se sienta en la mesa para esperar la sorpresa.
-“Sopa de zapallitos con puerro, está riquísima”.
Lo dice con una sonrisa tan sincera y pura que no tenemos como mandarla a cagar.
-“Gracias, gracias, que linda sorpresa, no sabes como estoy sorprendido”
-“Yo sabía que te iba a gustar, mi hermano perdió 12 kilos con esta sopita”.
Y uno piensa: “No te preocupes que con esta asquerosidad yo pierdo 30”.
Godzilla
Un día se le metió en la cabeza que las recetas rebuscadas y complicadas son sinonimo de sabor, el momento ideal para que se sienta la súper cocinera.
-“El sábado será una noche especial”
Sentadito esperé la cena “especial” que me fue prometida durante toda la semana.
Le pregunté si no serían esas porquerías de fibras, granos y semillas que comí durante ocho meses. Hasta plumas me estaban saliendo.
Con otra de sus sonrisas celestiales, me dijo que no, que era algo muy rico y que me iba a encantar.
Lo preparó todo. Las velas, la vajilla nueva, copas de cristal, música ambiente, celular apagado. Sería nuestra noche, “la noche”.
El plato llegó y ella ansiosa como una colegiala en el primer día de clases me pide que cierre los ojos.
Y yo los cerré. No puedo negarlo el olor era exquisito.
Infelizmente los abrí, era mejor seguir de ojos cerrados toda la noche. No tendría aquellas pesadillas que me acompañaron por los próximos tres años. Podría haberme caído de la silla, salir corriendo, gritar, pero un macho que es macho no huye de miedo ante un plato de comida hecho por la mujer que ama.
Sé que era un pescado, tenía cara de malo, murió luchando se ve el pobre. Capaz que no tenía mal gusto, daba miedo encararlo al Godzilla. Parecía uno de esos perros con los dientes para fuera, los ojos saltones, era casi un buldog, más que un ser acuático.
-“¿Y esto qué es?” No me refería al monstruo tóxico que tenía en el plato y si al acompañamiento.
– “Son hongos sintéticos, condimentados con aceite de rosas, clorofila, kiwi y cajá, una fruta originaria de amazonas muy consumida por los indios de la tribu yanomamis”.
Y siguió:
-“Cocidos al vapor con leche de cabra salteña”.
Lo dijo como si fuese la cosa más normal del mundo. Yo se que si los indios viesen el pescado también saldrían corriendo o lo mataban a flechazos.
Hasta ahora me estoy preguntando ¿Por qué cuernos la cabra tenía que ser de Salto?. O si fuese de Colonia le saldría mal el acompañamiento del bicho del demonio.
Churrasco con papas fritas
El tiempo pasó y en una fría noche de julio, en el silencio de mi comedor, me vi comiendo el tan deseado churrasco con papas fritas.
No lo voy a negar sentí falta de las semillas, los granos, las malditas fibras, de la sopa de zapallito y hasta de aquel ser monstruoso regado a leche salteña.
Me di cuenta mucho tiempo después de no estar con ella que sus limitados dotes culinarios o su exagerada creatividad en la cocina, no eran un defecto, ni mucho menos algo malo.
Sus rebuscadas recetas, su ‘comida sana’ y sin gusto eran señales.
Era su forma de decir “te quiero, me preocupo con vos”. Esa era su manera de agradarme, de mostrarme que estaba conmigo y era parte de mi vida, era lo que la hacía especial, única y diferente.
Mi blanca y fría cocina nunca más fue la misma, pasaron muchas candidatas de sabrosas y fáciles minutas, pero ninguna como aquella, de comidas sin gusto condimentadas con amor.
Qué lástima que me di cuenta demasiado tarde que no solamente con churrasco con papas fritas podemos ser felices.
Marcelo Puglia nació en 1968 en Montevideo Uruguay y se mudó para San Pablo a los 13 años. Retornó a Montevideo a los 16, y se formó en periodismo. De vuelta en Brasil, en 1988, trabajó durante cinco años en el diario O Estado de São Paulo. Escribió para la Revista Mundo da Fama y 50&Mais y en el año 2000 lanzó su primer libro en Brasil. En el año 2005 publicó su primer libro en español, Manual para hombres infieles, al que siguieron, Manual de la amante perfecta (2007) y Como evitar enamorarse de un boludo (2009). En portugués además de estos libros es autor de Manual de instrucciones de los hombres y Aprendiendo a olvidarte.
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