Toda la vida existió el «envío a domicilio». Sin embargo, en los últimos tiempos nos hemos encontrado con un desarrollo inusitado de los delivery, esa suerte de perros de la calle que transitan día y noche en vehículos más o menos destartalados, llevando la comida de un lado al otro, que piden los comensales desde sus casas. Quien transita por la ciudad se topará con las motitos que pululan embravecidas como cucarachas en un sótano, sin atender normas de tránsito y mucho menos respetar a las personas que deambulan mansamente por la ciudad.
Pero en esta nota no voy a hablar de todas las violaciones a la normativa municipal y nacional en materia de tránsito que infringen los delivery. Tampoco voy a hacer mención a lo desguarnecidos que están los conductores de motos, cuando no aprovechados, en materia de derechos sociales, en muchos casos víctimas de una ley de tercerización que exime de responsabilidad a la casa de comidas que contrata a las motitos a través de un tercero. No es este lugar para hablar de eso. Este es una columna de gastronomía y a eso me limitaré.
El motonetista muchas veces no es consciente que traslada comida y que debe tratar con cuidado el paquete. Que no puede poner uno arriba del otro, que no puede amontonarlos en la patética heladerita de playa o caja de plástico que lleva adosada a su moto, precariamente atada en la parte trasera de la moto. El joven conductor tiene que saber que lleva comida, que no puede saltar cordones de vereda, subir y bajar a toda velocidad, zigzagear entre autos rompiendo espejos ajenos porque el huevo frito llegará destrozado, los jugos de la carne contaminarán todo el paquete y las aceitunas de la pizza serán un buen recuerdo desparramado en la caja.
Tanto el delivery como quien arma el pedido, deben ponerse en el lugar del comensal que abrirá el paquete y que espera recibir un plato en mínimas condiciones. Un plato que debe ser mínimamente agradable a la vista. Da la sensación que importa más llegar como sea, a llegar correctamente.
Las demoras son un tema aparte. La mayoría de las casas mienten abiertamente a los pedidos telefónicos. «Está saliendo» o «está en la calle» son las respuestas más frecuentes, que anulan cualquier tipo de intercambio de opiniones, cuando hace más de una hora que hiciste el medido de un chivito canadiense. Con la aparición de Pedidos ya y otro tipo de aplicaciones similares, donde hay que cumplir no ya con el comensal, sino con el reglamento de las apps, a veces te llega en hora, pero todo patas para arriba. Ni se te ocurra pedir que la napolitana no tenga salsa o que a las papas fritas no le pongan sal. Olvidate, no la compliques. Además, los muchachos, cuando entregan, muchas veces ni se sacan el casco, ni apagan la moto, ¡están apurados! y cuando les protestás, aducen que ellos salieron apenas se lo dieron, o estaba en otro pedido. Solo te queda, masticar la bronca ya que nadie asume errores.
También falta criterio. Con tal de ahorrar bandejas -sospecho que ese debe ser el argumento- muchas de las parrilladas te ponen la carne arriba o al costado de la ensalada mixta que pediste, por lo que la lechuga te llega como un trapo de piso, quemada, chamuscada, arrugada y negra. No se dan cuenta que la ensalada debe venir aparte de la carne.
Da la sensación que nadie se pone en lugar del cliente. Después, si uno califica con bajo puntaje o un mal comentario ponen el grito en el cielo y te quieren descontar el diez por ciento del próximo pedido y si te ponés duro, capaz que te lo regalan, pero «por favor, borrá el comentario negativo que hiciste». Todos quieren ser siempre, cinco estrellas y no se dan cuenta que tienen un servicio que discretamente puede llegar a tres.
Por cierto que esta generalización es injusta como toda generalización. Hay servicios de delivery muy buenos, como Brandi, Club de chefs o Francis, por nombrar dos, que este columnista ha probado en alguna oportunidad.
El envío a domicilio de comida es parte de la buena gestión gastronómica. Hay lugarcitos de comida chiquitos, que son sólo delivery, y todavía lo hacen mal y desprolijo. En Montevideo, donde prima el concepto del todo vale o lo atamo con alambre, donde la capacidad de protesta por parte del consumidor no está asumida, la vara para mejorar es todavía muy baja. Por eso, este Gourmet enmascarado, casi no pide comida a casa, porque las experiencias han sido malas y muy malas. Y fueron varias. Prefiero caminar y encontrar una casa de comidas donde por lo menos, aunque el servicio no sea el mejor, por lo menos veo las cara de quien me atiende. Por lo menos así lo veo yo (Guillermo Nimo dixit).
Foto: Spiderman 2 (2004) Dirección Sam Raimi