La isla dichosa | Alva Sueiras

Me despierta una gran ternura leer o escuchar a alguien que evoca su infancia con la adoración de los paraísos rememorados y la certeza de haber vivido tiempos superiores, tan felices y puros como efímeros. Conmovedoras películas como Cinema Paradiso, Baaria o Un toque de Canela, nos transportan a una mirada infantil con esa delicadeza y candidez de los narradores capaces de llenarnos el corazón de emociones.

Conservo pocos recuerdos de la infancia y guardo pocas emociones asociadas a ella. Mi edad temprana siguió su curso con normalidad, sin adjetivos, pena ni gloria. Supongo que transcurrí por ella intentando entender el mundo y sus misteriosos códigos, ejercicio que perdura y presumo, me acompañará hasta el fin de los días. No obstante, si amplío la franja temporal de este mirar hacia el pasado, asoman otros paraísos vitales que me devuelven recuerdos de tiempos felices con sabor a eterno verano. Me resulta imposible esconder la sonrisa cada vez que evoco ese preciado tesoro biográfico, que con cadencia de isla y aires mediterráneos, marcó una de las etapas más felices de mi vida. Y es que, sin duda, el entorno juega un papel fundamental en el grado de nuestro bienestar. Menorca me llenó de dicha por la ponderada calma de sus bellos paisajes y la sencillez armoniosa de su ritmos vitales.

Menorca es una de las islas que conforman el archipiélago balear, situado frente a la costa oriental de la península ibérica, sobre el mar Mediterráneo. Por discreta, esta joya ha ido pasando relativamente desapercibida entre la consabida popularidad de sus más afamadas hermanas: Mallorca e Ibiza. Se trata de un pequeño paraíso, de distancias muy manejables y son calmo. El recorrido entre sus puntos más equidistantes no lleva más de cuarenta y cinco minutos en auto. Si bien la isla cuenta con zonas turísticas como Cala Galdana, Cala´n Blanes, Cala Bosch o Son Xoriguer, es recomendable huir de las zonas turistizadas en la búsqueda de parajes más auténticos. Un buen punto de partida para el visitante, sería establecer el campamento base en una de las dos ciudades de la isla: Mahón y Ciudadela, o en alguna de sus pequeñas, tranquilas y muy disfrutables poblaciones pesqueras, como Fornells o Binibeca, y a partir de ahí recorrer sus hermosos parajes.

Mahón (Maó) es la capital insular, cuenta con el peso del pasar de diversas civilizaciones grabado en cada piedra y un impresionante puerto marítimo plagado de restaurantes con vistas y suculentas elaboraciones con productos del mar. Una ciudad hermosa para pasear sin prisa y disfrutar de sus encantos paisajísticos, arquitectónicos, gastronómicos y culturales .

Ciudadela o Ciutadella, antigua capital del territorio, está situada en el extremo más occidental de la isla y es a mis ojos, su población más hermosa. Está plagada de recovecos, plazas y rinconces con ese encanto, que de portentoso, no cabe en una foto. Cuenta con un coqueto puerto pesquero que adquiere una animada vida nocturna gracias a sus restaurantes y Clubs, como el Bar Tritón (un clásico del pescadito) o el Sa Clau Jazz Pub. Ciudadela es una ciudad para vivirla, para recorrerla sin rumbo fijo, dejándonos guiar por el instinto y dejándonos sorprender por su bella arquitectura, entre la que asoman notables estucos venecianos, entre otras virtudes.

El gran atractivo de la isla reside en sus playas y calas, salvajes, agrestes y rotundamente bellas. Si bien contamos con playas urbanizadas, para morder el paraíso nos vamos a tener que esforzar. Para llegar hasta las playas virginales, por lo general, hay que dejar el auto en un parking y caminar algunos kilómetros, la imposibilidad del acceso de autos garantiza que estos parajes preserven su belleza y esencia natural. Si bien la duración de la caminata depende de la elección del destino, por lo general puede llevar entre diez y cuarenta minutos.

Al sur de la isla nos encontramos con hermosas calas de arena blanca y aguas turquesas, paradisíacas e idílicas como Cala Turqueta, Macarelleta, Cales Coves, Mitjana o Trebalúger, paraísos para vivirlos al menos una vez en nuestra biografía. Al norte de la isla, como si mudáramos de planeta, cambia el paisaje, las arenas se vuelven tostadas y las rocas se enrojecen, derivando en hermosos paisajes como los de Cala Pregonda o el Cap de Cavallería, marcados por la Tramontana, un viento procedente del norte que deja su inequívoca seña en la vegetación.

Para colmo de deleites, Menorca cuenta con productos artesanales de primera como la sobrasada, el cuixot, el butiffaró, los quesos de Mahón (infartantes) o la deliciosa ensaimada. La pesca fresca, generosa y variada marca la oferta gastronomía de la isla, fiel a sus raíces mediterráneas. Encontramos delicias como el arrosejat, una mezcla entre fideuá y paella elaborada con fideos finos (cabello de ángel) y terminada al horno hasta que los fideos alzan sus puntas sobre la paellera. Por supuesto, acompañado de ali oli y el fresquísimo vino turbio, clásico del Tritón oel Hogar del Pollo. Ni que hablar del arroz caldoso con bogavante, un bocadito de cielo. No en vano la mahonesa fue creada en Mahón, y es que los menorquines saben bien lo que hacen, inventan y guisan.

Tal vez mis recuerdos no conserven notables y bellos paisajes de la infancia, tal vez cada cual tenga sus jardines biográficos en distintos estadios de la vida. Por suerte, atesoro algunas memorias de lugares inolvidables en los que tuve la suerte sencilla de ser parte. Si la vida les concede la oportunidad, no dejen de visitar este pequeño paraíso de cantera, mar, roca y pinar, que a buen seguro, en la virtuosa maestría de su conjunción, no les dejará indiferentes.

 

Imágenes tomadas de decobreixmenorca.com, playascalas.com, disfrutamenorca.com, Albert Pereta, yotuguiaturismo, ritmocars.com, españafascinante.com, inmoviliariajv.com, tripadvisor, apartholidays, mardefiestablogspot.com y cenar y salir