El arte de los cinco sentidos | Marcelo Marchese
Si nos preguntáramos por qué le negamos categoría de artistas a quienes nos alegran o arruinan la vida cuatro veces al día, deberíamos considerar que arrastramos desde tiempos remotos una condena al innoble trabajo manual. Es un prejuicio tan arraigado en nuestra civilización que el padre de Miguel Ángel no podía sufrir que su hijo fuera un picapedrero. Ahora bien, la segunda causa de esta negligencia es el pensar el arte como algo lejano a nuestro quehacer, como si aquello que todos practicamos, se vulgarizara y aceptarlo como arte sería aceptar una verdad evidente: todos somos artistas, y esa realidad, en un principio, sería dura de afrontar, removería el mundo de concesiones sobre el que edificamos nuestra vida.