Filosofía del viajar | Jaime Clara

Hace algunas semanas, muchos lectores se escandalizaron con un artículo en el que Fernando Savater defendía el ocio y las vacaciones. El filósofo español escribió que «la ética del trabajo como salvación tiene muchos predicadores, no sólo en el mundo protestante, y no todos recomendables: aún recordamos al jefe de empresarios estafador cuyo mandamiento era “trabajar más y cobrar menos”. Otros no tan bribones parecen tomar sinceramente aquel ukase bíblico, “amasarás el pan con el sudor de tu frente”, por un precepto moral cuando en realidad es una maldición…, además de una guarrada. (…) Sin embargo, la beatificación del trabajo ha contado a lo largo de los siglos con oponentes de peso. Aristóteles, por ejemplo, consideraba el ocio como requisito imprescindible para cultivar el pensamiento filosófico. Antes de que esta declaración refuerce a quienes consideran que la filosofía es una forma de perder el tiempo y por tanto debe ser suprimida de los planes de estudio, aclaro que ni Aristóteles ni nadie sensato han confundido nunca el ocio con la inacción letárgica. Lo que Aristóteles consideraba incompatible con la reflexión creadora eran las tareas meramente lucrativas y serviles…, aunque fuesen al servicio de uno mismo, el peor de los capataces. Y los romanos consideraban el ‘otium’ una condición básica del ser humano.»

Viajeros en lugar de turistas

Celebremos el ocio. De la forma en que está organizada la vida laboral, el viaje suele relacionarse con las vacaciones, de ahí la cita de Savater. Pero no necesariamente el vínculo es tan directo. Se puede viajar por trabajo, se pueden hacer lo que en la industria turística se venden como «escapadas» -viajes breves, brevísimos, de desenchufe- o se puede organizar un viaje didáctico, o el viaje soñado, o una promesa, entre tantas alternativas. Ser viajero y no turista. Esta es la teoría que propone el filósofo francés Michel Onfray (1959) en un libro, publicado en 2007 en Francia, cuya edición en español acaba de llegar a Uruguay, Teoría del viaje. Poética de la geografía.

Onfray ha puesto la filosofía al servicio de la vida cotidiana y eso ha provocado que sus libros se transformen en éxito de ventas. El libro que nos ocupa, de lectura llana, atrapante, provocadora, aunque no erudita, toma el hábito de viajar como reflexión sobre lo que supone preparar un viaje, realizarlo, gozarlo, disfrutarlo, las dificultades que se pueden presentar y los cambios de conducta en ciudades que no son las del viajero, entre otros asuntos.

Para el autor, la teoría del viaje es la teoría del movimiento, en contra del sedentarismo. Cuando uno viaja, es el cuerpo el que se hace un nómada inquietante. “Viajar supone por tanto rechazar el empleo del tiempo laborioso de la civilización en beneficio del ocio inventivo y feliz.» Y agrega que «el arte del viaje induce a una ética lúdica, una declaración de guerra a cuadricular y a cronometrar la existencia. La ciudad obliga al sedentarismo interpretable gracias a una abscisa espacial y a una ordenada temporal: estar siempre en un lugar dado en un momento preciso. De este modo, el individuo es controlado y detectado fácilmente por una autoridad. El nómada, por su parte, rechaza esa lógica que permite transformar el tiempo en dinero y la energía singular, el único bien del que se dispone, en moneda contante y sonante.»

El viaje comienza mucho antes del traslado. La elección del destino y su posterior preparación suponen estimulantes ejercicios intelectuales. No en vano el primer capítulo del libro es Querer el viaje.

Preguntas y respuestas

El periodista Javier Mattio describe que «coherente con su línea ética hedonista, atea e individualista, Onfray propone una travesía profunda pero placentera donde la figura del nómade se antepone a todo status quo político, cultural o religioso de raíz territorial. De todas maneras, el sedentarismo del domicilio que se deja y al que inevitablemente se regresa y el mundo comprimido a priori en la biblioteca son el contrapunto necesario que completa el viaje. El filósofo distingue entre el viajero y el mero turista, alaba las virtudes modernas del avión y rescata el viaje con un amigo por encima de que se lleva a cabo en solitario o en pareja. También celebra la diversidad del campo y la naturaleza por sobre las ciudades globalmente similares del siglo 21 y pondera la visión, la inocencia y la intuición del poeta contra el saber condicionante y prejuicioso del especialista académico.»

El libro es un atractivo ejercicio para reflexionar sobre supuestas banalidades. «Ese lugar de extraterritorialidad no parece gobernado por lengua alguna, ni por ningún tiempo. ¿Qué idioma hablar, por ejemplo, cuando entramos en el avión? ¿El del país que se deja o del país de destino? ¿En qué lugar viajamos una vez confinados en el aire? ¿El de la ley que supone el espacio aéreo propiedad del país sobrevolado? ¿Qué punto del cielo permite afirmar rotundamente que se ha franqueado una frontera? Lo mismo cabe decir del barco que surca aguas internacionales. E igualmente respecto a la hora que es en un destino en el que rige una diferencia horaria: ¿la hora del lugar de salida o la del lugar de llegada? ¿Hora específica de un tiempo universal? ¿En qué momento haremos girar las manecillas del reloj? ¿Exactamente en la mitad de los kilómetros recorridos? En realidad, todos padecemos el inglés universal y el ritmo socialmente impuesto por las bandejas de comida distribuidas en los vuelos de larga distancia. Solo ellas ofrecen un indicio de lo social al suministrar referencias: el tipo de alimento obliga a vivir según marca la hora del despertar o de la media jordana, del almuerzo o de la cena».

Para Onfray hay que llevar un registro del viaje, en lo posible por escrito, más allá de las fotografías o las filmaciones.

Ahorraré más referencias para que puedan llegar al libro. Viajen en sus páginas y, si es posible, modifiquen la forma de encarar el próximo viaje. Al final, una referencia del autor que también defiende «el después». «Vivimos una época de renuncia a la memoria. Todo contribuye a ese holocausto del recuerdo (…) A día de hoy, los soportes en papel, electrónicos, magnéticos y finalmente informáticos destronan a la materia gris y a las entrenadas sinapsis. Erramos por el universo junto a máquinas superpoderosas, pero dotados con un cuerpo disminuido, empobrecido, incapaz de elementales operaciones de memoria. El cuerpo funciona cada vez menos como un operador sensual y se mecaniza a la manera de la máquina simplísima de los orígenes de la ingeniería».

La lectura del libro es un viaje provocador. Recordemos que, como dijo Mark Twain, «viajar es un ejercicio con consecuencias fatales para los prejuicios, la intolerancia y la estrechez de mente”.

 

TEORÍA DEL VIAJE.
POÉTICA DE LA GEOGRAFÍA.
Michel Onfray.
Editorial Taurus.
Colección Pensamiento.
2016.137 págs.

Foto del autor www.dhnet.be