Menorca, el capricho de Poseidón | Alva Sueiras

En cierta ocasión y del modo más casual, Poseidón me invitó a beber de la calma azul turquesa de su fuente más secreta, a orillas del mediterráneo. Al asomarme al cuenco de agua salada, quedé tan fascinada por cuánto allí acontecía, que dudé entre beber o embotellar mi fortuna. Resolví el dilema dando siete sorbos para a continuación, guardar a buen recaudo el líquido restante. Así fue que llegué a Menorca, tocada en la frente por Neptuno y guiada por el sabor infinito de su fuente de sal.

Menorca, tal vez el más memorable de mis jardines biográficos; no tanto por frondoso como por su naturaleza de hermosa sencillez, y la cordura e inteligencia con la que ha sido conservada. Menorca, ese pedazo de tierra, el más oriental del país y por ende, el primero en abrir sus ojos cada mañana. Menorca es turquesa, y es verde y dolmen. Es arena tostada y blanca, es roca rota, a veces rojiza y también pinar. Es cal y caballo, cantera y acantilado. Menorca es un faro que marca un rumbo sereno y rotundamente caval.

La isla ofrece todo cuánto un ser humano puede necesitar para llevar una vida calma, sencilla y feliz. Carente de artificio, ni se maquilla, ni se disfraza, ni se globaliza. Sabe de su belleza innata y defiende su personalidad de cara lavada ante la incoherencia de un modelo de consumo voraz. El menorquín es tradicional en lo que concierne a la preservación de sus tradiciones populares, sus paisajes, su arquitectura y un largo etcétera de lindeces que configuran su cultura. Pero no caigamos en hacer una instantánea desenfocada, el menorquin es a su vez moderno y dinámico, sencillo por inteligente, sostenible por racional.

Menorca me regaló mil domingos de prensa y café, mil tardes de desnudez al sol, mil peces de colores cientos y no menos encuentros, tan fortuitos como afortunados. Menorca da y no pide, Menorca es.

Aún conservo mi botella a medio beber y cuando me vence la nostalgia, paseo la yema de mis dedos sobre el vídrio, deslizándome por el laberinto de la memoria hasta reunirme con el turquesa de esta isla, que un día hice mía, sin saber entonces, que algo de mí sería por siempre, suya.